El origen del mundo son las plantas. Pese a ser frágiles y estacionales, hacen posible el aire que respiramos, la atmósfera que nos envuelve, nuestra temperatura. Gracias a ellas, además de la vida, obtenemos el papel. En las obras de Lola Goldstein, la naturaleza se impone no sólo figurativamente mediante la presencia de flores, plantas y frutas sino también de modo explícito como soporte. Por ejemplo, la hoja en blanco, metáfora del vacío de la creación, se convierte en sus óleos en un elemento dinámico y visible: un recuadro adentro de otro en una mise en abyme, libros abiertos de par en par, papeles carcomidos o plegados del mismo modo que origamis. La complejidad de las formas vegetales le permite pensar las relaciones entre los cuerpos y los gestos implícitos en la técnica de los materiales.
Los espacios vacíos dejados por el blanco del papel contrastan con planos de color intenso cuyas capas prometen una profundidad que desafían. Margaritas con tallos ondulantes, jarrones de cerámica, cuentas de collar simil gusano, formas oculares que se van por las ramas y otros elementos que infringen lo gravitatorio de un modo tan lúdico como inverosímil. Se trata de morfologías que escapan al sentido y al pragmatismo de lo utilitario. Se escurren o se quiebran para convertirse en otra cosa, diluyéndose en formas abstractas y pigmentos. Estas criaturas, acéfalas y carentes de extremidades (ni piernas ni brazos), son por completo intimidades. Sus formas van de lo geométrico a lo redondeado con cierta ambivalencia. Incluso las cerámicas, cuya arcilla proviene de lo profundo de la tierra, se alejan sinuosas, zigzagueando como serpientes, rumbo a lo desconocido. Sus cuerpos tentaculares con reminiscencias botánicas alteran la experiencia que tenemos de aquello que integra nuestra vida cotidiana. Pese a ser familiarmente inquietantes, contrario a lo unheimlich, no son sin embargo aterradores: adquieren su belleza en el devenir otro.
Si hubiera que hurgar un parentesco dentro del entramado pictórico de la artista, no sería el del esteticismo de los grandes paisajes ni de los exploradores de la selva o la montaña. Tampoco levanta la mirada al cielo. No busca en lo inconmensurable su tema, no le interesa la conquista de lo inútil. La suya es, en cambio, una estética de lo pequeño y cotidiano. Mediante el pulido intransigente de una primera persona funda ahí su paisaje de abstracción doméstica. Con cierto aire a bodegón o a naturaleza muerta, lo que aparece en sus terrarios rebosa, por el contrario, de vida. Aquellos elementos incapaces de ocupar el lugar de sujeto en nuestra cosmovisión antropocéntrica brotan entre deshechos y materiales, proyectándose hacia una nueva cosmología vegetal. De este modo, las figuras que integran estas pinturas existen por sí mismas, desafiando nuestro sistema social que sólo recurre a las formas vivas e inertes para extraerles un valor utilitario. La mutación y la metamorfosis son elementos predominantes porque, al igual que en los sueños, una cosa es una cosa pero también muchas otras. Sus cualidades se entremezclan al punto de ser indistinguibles.
Existen obras que, al mirarlas de frente, parece sin embargo que uno estuviera siempre viéndolas de soslayo sin alcanzar nunca a capturarlas de pleno. Eso ocurre con estas piezas que simulan estar moviéndose todo el tiempo, bailando una coreografía fantástica. Ni bien uno intenta aprehenderlas, la música se mutea y se detienen en una pose rígida como si se tratara del juego de las estatuas. En Cómo vivir juntos, Roland Barthes sostiene que el poder de la hegemonía suele imponernos un ritmo normativo y, a modo de escapatoria, presenta la idea de idiorritmia. Me aventuro a pensar que las obras de esta exposición son idiorrítmicas: comparten un ritmo vital pero no están sujetas a leyes estrictas ni subordinadas a las demandas de un todo coherente. Su pluralidad no es de ningún modo igualdad sino una heterogeneidad sin jerarquías. El resultado es un espectáculo delirante, también tierno, de vegetaciones que habitan pacíficamente y flotan en el aire color pastel de la inexistencia.